El contenido de sílice en el agua de caldera representa uno de los desafíos más significativos, ya que incluso una pequeña incrustación de sílice puede adherirse de manera tenaz y presentar una baja conductividad térmica. Esta propiedad la convierte en un factor crítico que impacta tanto en la eficiencia como en el rendimiento de la caldera, al tiempo que representa un riesgo potencial para su integridad estructural. Las incrustaciones que pueden formarse debido a la presencia de sílice abarcan una variedad de compuestos, tales como los silicatos de calcio, silicato de magnesio, silicatos de sodio, entre otros.
Estas incrustaciones tienden a acumularse en las superficies internas de la caldera, lo que resulta en una disminución de la transferencia de calor y conlleva a un aumento en los costos de operación y mantenimiento. La presencia de sílice libre en los depósitos de los intercambiadores de calor suele estar vinculada a la acumulación de arenas o tierra suspendida en el agua de enfriamiento. Estas partículas pueden ingresar al sistema de agua y depositarse en las superficies metálicas, creando capas de sílice que obstaculizan el intercambio de calor y pueden causar daños significativos a largo plazo.
Por lo tanto, resulta crucial implementar medidas de control y tratamiento del agua para prevenir la acumulación de sílice y otras incrustaciones en los sistemas de calderas. Esto implica llevar a cabo una monitorización regular de la calidad del agua, emplear productos químicos adecuados para el tratamiento del agua y realizar limpiezas periódicas de los equipos para prevenir la formación de incrustaciones. De esta manera, se asegura un funcionamiento óptimo de la caldera a lo largo del tiempo, minimizando los riesgos asociados con la presencia de sílice y garantizando la eficiencia y seguridad operativa del sistema.